El primer hombre del mundo sin corazón

Jakub Halik tienen dos bombas sin válvulas cardiacas en lugar de un corazón

Jan Pirk fue el cardiólogo que realizó la intervención hace cuatro meses. (EFE)
Jan Pirk fue el cardiólogo que realizó la intervención hace cuatro meses.
 

Por Gustavo Monge / Agencia EFE

Praga- El checo Jakub Halik es el primer hombre del mundo que sobrevive desde hace casi cuatro meses sin corazón, después de que el suyo fuera extirpado para ser sustituido por dos bombas sin válvulas cardiacas y que no producen pulsaciones sensibles al tacto.

El paciente, un bombero de 37 años, tenía un tumor maligno en el corazón, y la única alternativa que se le ofrecía en lugar de un trasplante inmediato era la implantación de las bombas, una que manda la sangre por la aorta, y la otra a los pulmones.

“Está contraindicado hacer un trasplante cuando hay en el corazón un tumor maligno”, porque los medicamentos para evitar el rechazo de un órgano extraño apoyan el proceso tumoral de las células, explicó Jan Pirk, el cardiólogo que ha realizado la intervención.

Halik fue operado el pasado 3 de marzo, en una intervención que duró más de siete horas.

Antes que él, esta novedosa técnica sólo se había practicado a un hombre de Texas (Estados Unidos), que sin embargo falleció poco después.

El equipo médico considerará exitosa la operación “si el tumor no se extiende y si el paciente sobrevive hasta que le hagamos un trasplante de corazón”, declaró Pirk a Efe.

“Por eso debemos esperar todavía entre seis y nueve meses”, precisó el cardiólogo del Instituto de Medicina Clínica y Experimental de Praga (IKEM).

“El paciente no tiene pulso sensible. Se creía que sin esto no se puede vivir, y se ha mostrado que sí se puede vivir sin pulso”, afirma Pirk con visible orgullo.

Lo más costoso fue fijar la presión de bombeo de cada uno de los dispositivos, pues la sangre que va a los pulmones debe tener menor presión para que éstos no se irriten.

El único inconveniente es cargar con las pilas bajo los brazos, “al igual que James Bond lleva las pistolas”, bromea el cirujano, que se ha convertido en una estrella mediática en su país.

Los acumuladores no se ven, no pesan mucho y duran entre 8 y 12 horas, mientras que el equipo regulador se lleva como una riñonera.

En el caso de Halik, las revoluciones están fijadas para una actividad normal, no para correr, hacer deporte ni subir por una escalera. “No es capaz de reaccionar al esfuerzo”, aseveró Pirk.

Los primeros intentos de bomba artificial colocada fuera del cuerpo para apoyar al corazón durante cortos períodos de tiempo datan de la Segunda Guerra Mundial y se utilizan desde 1953.

El primer implante de bomba se hizo en 1968, si bien “no se ha llegado (a uno) tan desarrollado como éste hasta estos últimos diez años”, cuenta Pirk, candidato al galardón “Cabeza checa”, el más prestigioso en la esfera de la ciencia y la tecnología en el país centroeuropeo.

La calidad de vida tras la operación tiene una limitación: “No pueden nadar, sólo ducharse. Pueden jugar al golf, o al ajedrez, pero seguro que no pueden correr un maratón”, explica el médico.

El coste se eleva a los 80.000 euros por unidad, a lo que hay que agregar los gastos de la operación, lo que deja toda la intervención en unos 250.000 euros.

Esta cantidad es, a pesar de todo, bastante más asequible que la que supone implantar un corazón artificial, y además este sistema debería tener, según el experto, una vida útil mucho mayor.

Cuando la bomba se utiliza como apoyo del ventrículo izquierdo -es decir, sin que extirpe todo el corazón- hay pacientes que viven con ella al menos siete años.

Son ya cien los dispositivos que, desde el año 2003, se han implantado en el prestigioso instituto médico praguense.

Uno de los que se ha beneficiado de esta nueva tecnología es Vladimir Vlach, de 60 años, que está feliz tras su operación, realizada hace tres semanas.

“Esta bomba asegura que la presión sanguínea sea la adecuada”, explica a Efe el paciente, que tras una gripe empezó a tener disfunciones en el ventrículo izquierdo.

“He andado ya un kilómetro y he subido tres pisos. Cada piso tiene 26 peldaños. Voy rápido, y la enfermera con quien hago la rehabilitación dice que no vaya tan rápido”, concluye.

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